sábado, 23 de enero de 2016

Sarcófago (y 2)

   Se despertó al escuchar una sirena, era un sonido lejano que cada vez oía más cerca. Abrió los ojos y se asustó al verse dentro de una ambulancia que iba a toda velocidad.
   - ¿La niña?, ¿cómo está la niña? - alcanzó a decir-.
   -¿Qué niña? - contestó el médico que le acompañaba.
   - ¡La niña, la niña! - gritó Pablo desesperado, agitando los brazos y arrancándose la vía que le habían colocado con el suero -.
   - Cálmese, o tendremos que ponerle un tranquilizante, ya casi llegamos al hospital.
   Pero Pablo no podía estarse quieto, gritaba y gritaba sin parar, y tras sufrir una crisis nerviosa, el médico optó por sedarle.
   Se despertó ya en el hospital, una enfermera se acercó para extraerle sangre y tomarle la presión arterial.
   - ¿Cómo te encuentras?
   Pablo estaba desorientado, no sabía qué decir.
   - ¿Cómo está la niña? ¿Se salvó del incendio?
   - ¿Qué niña? ¿Qué incendio?
   - Pero...¿por qué estoy aquí? ¡Hubo un incendio! ¡Yo mismo tomé a la niña entre mis brazos! y no recuerdo más... debí desmayarme por el humo.
   - No, no..., te desmayaste en el interior de un banco, posiblemente por un golpe de calor, te vamos a hacer unas pruebas para descartar otras causas, pero seguramente te darán el alta.
   - Pe...pero..., recuerdo el calor... entré al banco sí...
   Pablo quedó pensativo y contrariado, no podía creer que todo hubiera sido un sueño, recordaba todos los detalles, y a aquella niña de ojos verdes con sus bracitos quemados.
   La analítica no detectó ninguna anomalía, y todas las pruebas eras normales, no obstante, los médicos decidieron dejarle veinticuatro horas en observación, dado que había perdido la consciencia y sufrido una crisis nerviosa.
   Al día siguiente, su amigo Fran fué a verle al hospital, esperando que le dieran el alta.
   - ¡Felicidades Fran! - dijo Pablo - no te compré nada, lo siento...
   - Es igual, vengo a llevarte a casa cuando te dén el alta.
   El médico apareció a media mañana con unos papeles en la mano.
   - Pablo, voy a darte el alta, todo está correcto, no obstante si notas mareos o dolor de cabeza ve a tu médico. Aquí tienes el informe, no hemos encontrado ninguna anomalía, posiblemente sufriste un golpe de calor. Procura no salir a la calle durante las horas centrales del día y bebe mucha agua.
   Pablo se vistió y salió del hospital junto a su amigo. Subieron al coche de Fran.
   - Esta tarde celebro mi cumpleaños en casa, espero que vengas...
   Fran hablaba y hablaba. Pablo no escuchaba nada, estaba sumido en sus pensamientos. Al fin llegaron a casa de Pablo, Fran paró el coche y al sentir el frenazo, Pablo volvió a la realidad.
   - ¡Hasta la tarde, Pablo!-dijo Fran-
   - Adiós...
   Por la tarde, Pablo fué a casa de Fran, estuvo un rato, pero dijo sentirse cansado y se fué. La realidad era que no tenía muchas ganas de fiesta, algo le inquietaba, aquel sueño tan real, el bar, el incendio, la nlña... no podía quitárselo de la cabeza. Esa noche, no quería quedarse dormido, por miedo a volver a soñar lo mismo. Buscó algo de música para escuchar, "Las cuatro estaciones" de Vivaldi le pareció bien, después tomó un libro de su estantería y, con la música de fondo, se enfrascó en la lectura.
   A la mañana siguiente se despertó en el sofá, el libro había caído al suelo, le dolía la espalda, pero estaba aliviado porque su sueño no se había repetido.
   Se metió en la ducha y después se preparó un café. Tenía hambre, pero no encontró nada para acompañar el café. Salió temprano a la calle, quería evitar las horas de más calor. Su paso era ligero. Al pasar por delante de la panadería sintió un olor a bollería que le volvió a abrir el apetito. Sin dudarlo entró a comprarse un croissant recién horneado. Sacó unas monedas del bolsillo para pagar y se quedó paralizado. Entre sus monedas de euro, había varias pesetas ajadas y viejas. Tomó un euro y luego que hubo pagado, salió de la panadería.
   ¿Cómo habían llegado aquellas monedas a su bolsillo? Mientras se hacía esa pregunta una y otra vez, sus pasos le llevaron a la puerta del banco. En el cajero había un cartel : "No funciona, disculpen las molestias".
   Pablo dudó antes de entrar. Miró al interior a través del cristal y vió que todo estaba en orden. Había poca gente a esa hora. Llamó al timbre y empujó la puerta. Volvió a mirar dentro antes de atravesar el umbral. Después de entrar, la puerta se cerró y Pablo hizo un ademán de escapar que, finalmente controló. Se acercó a la ventanilla, solo había dos personas delante de él. El director salió de su oficina y fué a saludarle.
   - ¿Cómo estás Pablo? ¡Vaya susto nos diste ayer!
   - Bien, bien, solo fué un golpe de calor...
   - Me alegro, si necesitas algo estoy en la oficina-dijo estrechándole la mano-.
   - Gracias.
   La mujer que tenía delante se acercó a la ventanilla, el próximo sería su turno. No había tenido que esperar mucho. La música de fondo hacía más agradable la espera. Escuchó los primeros acordes del tema que empezaba a sonar y se le puso el pelo de punta.
   "My sweet lord, oh my lord..."
   Comenzó a tararear la canción como si se la supiera de toda la vida.
   "I really want to see you
Really want to be with you..."
   ¿ Era una casualidad? Las monedas, la música, todo formaba parte de una realidad que solo él veía.
   La mujer se dió la vuelta para dirigirse a la puerta. Sus ojos se clavaron en los de Pablo. Eran verde claro y entre ellos sobresalía un lunar que le daba un atractivo especial. A su vez, los ojos de Pablo contemplaron ese rostro que le resultaba familiar. Tan familiar que no podía mover un músculo de su cuerpo, tal era su estado de incredulidad y miedo.
   La mujer pasó por su lado sin quitarle la vista y tarareando también:
   "Aleluyah, Aleluyah..."
   Atravesó el recinto del banco y llegó a la puerta de salida, Pablo se volvió, sus ojos buscaban respuestas. La mujer levantó los brazos como despidiéndose, tenía cicatrices que se veían antiguas, sonrió a Pablo y salió a la calle.
   El empleado del banco llamó insistentemente al chico, pues ya era su turno, desconcertado se acercó.
   - Quiero cien euros.
   Por la cristalera del banco siguió la mirada a la mujer hasta que desapareció de su vista.
   Pablo recogió su dinero y salió del banco. Sintió que el miedo y la incredulidad poco a poco se iban transformando en una alegría que nunca antes había sentido, le invadió una paz y una serenidad que sabia que no podía compartir con nadie, porque nadie podría creer que había retrocedido en el tiempo, y si bien no había cambiado el rumbo de la historia, al menos sí estaba seguro de haber cambiado el destino de una niña.
  
  
 

jueves, 14 de enero de 2016

Sarcófago

   El calor era insoportable ese día de verano. La temperatura rondaba los treinta y siete grados a las doce de la mañana. Pablo se apresuró al Banco, introdujo la tarjeta en el cajero automático, necesitaba dinero para comprar un regalo a su amigo Fran, su cumpleaños era al día siguiente.
   El cajero no funcionaba. Pablo recogió la tarjeta y con el ceño fruncido llamó al timbre del Banco. Empujó la puerta y sintió un frescor reconfortante que le alivió por un momento, haciéndole olvidar la contrariedad de la avería del cajero y dispuesto a hacer cola hasta llegar a la ventanilla.
   Cuando la puerta se cerró tras de sí, Pablo miró extrañado al frente, no había ventanilla al fondo, ni gente guardando cola. Todo estaba desierto, sus ojos se clavaron en un extraño ataud apoyado en una pared. A la izquierda había una polvorienta barra de bar. Pablo pasó el dedo sobre ella y arrastró el polvo consigo. Al final de la barra había una de esas antiguas máquinas de discos que funcionaban con monedas. Pablo intentó introducir un euro, pero la ranura era pequeña, hizo lo mismo con otras monedas de céntimos pero ninguna valía. La caja registradora estaba vacía, detrás de la barra, junto a unas botellas deslucidas, estaba el bote de las propinas, Pablo lo agitó y las monedas tintinearon dentro. Volcó el bote en su mano y cayeron varias monedas de ¡peseta!. Creía estar soñando, volvió a la máquina, introdujo una moneda y eligió una canción. Todas le parecían desconocias. Pulsó la C5, correspondía a "My sweet lord" de George Harrison.

   "My sweet lord... oh my lord"
   "I really want to see you
   Really want to be with you
   Really want to see you lord
   But it takes so long, my lord"
     "Aleluyah, Aleluyah..."

   Mientras sonaba la música, Pablo continuó explorando el solitario bar. También había una máquina de pimball, de esas que anteriormente solo había visto en películas antiguas. Echó otra moneda y jugó una partida.
   La máquina sonaba mientras se iluminaban las luces y sumaba puntos. Sus ojos se apartaron un momento del juego para observar de nuevo el ataud de la entrada. Realmente era un sarcófago. La mirada de Pablo se perdió más allá de toda imagen. Recordó algo que siempre contaba su madre.
   En el barrio había un bar que se llamaba "Casa Cristóbal", donde se reunían los jóvenes, sobre todo los domingos. No se sabe por qué, pero empezaron a llamar al bar Sarcófago, por lo que Cristóbal decidió cambiarle el nombre y mandó tallar un sarcófago de madera que luego los muchachos pintaron de color dorado.
   Un día, allá a principio de los años setenta, hubo un terrible incendio, que al parecer, se inició en la cocina. La hija del propietario, una niñita de tan solo dos años de edad, quedó atrapada y murió con múltiples quemaduras y axfisiada por el humo. Desde entonces el bar permaneció cerrado durante varios años hasta que una entidad bancaria se instaló allí.
   Pablo se aproximó al sarcófago y lo tocó como acariciándolo. Era lo único que brillaba allí, como si fuera capaz de repeler el polvo.
   Paró la música y Pablo creyó escuchar un débil llanto. Sintió que le costaba respirar, veía todo borroso. Avanzó hacia una puerta de donde parecía proceder el llanto. Al abrirla sintió abrasarse la cara. Todo estaba en llamas. Ahora podía escucharlo más alto, sin duda, era un niño llorando, pero no podía verlo por la cantidad de humo acumulado. Pablo tiró de un mantel que había sobre una mesa, luego lo empapó de agua, se lo puso  entre la nariz y la boca y se adentró a la cocina en llamas. Al fondo, en un rincón encontró a una niña aterrorizada, las mangas de su chaqueta ardían. Apenas pudo ver su carita, aunque sí le llamaron la atención sus ojos verde claro y un gran lunar entre ellos. Pablo arrojó el mantel húmedo sobre la niña, la tomó en brazos y, consiguiendo abrir la puerta trasera, salió al patio con la niña.

     (Continuará...)

domingo, 3 de enero de 2016

Otro atentado a nuestra cultura

   Aparecen calcinados los restos de las carrozas de la cabalgata de Reyes en Arriate (Málaga). El incendio, al parecer ha sido provocado. Todo vale para acabar con nuestra cultura, aunque sea a costa de romper la ilusión de los más pequeños. Importamos costumbres ajenas, tales como la fiesta de Halloween o Papá Nöel y desterramos las nuestras propias..., no he visto ningún pais que se autodestruya como éste, que renuncie a su cultura y la aniquile al más puro estilo talibán.
   Afortunadamente, y para desgracia de algunos, la cabalgata de Arriate se celebrará, gracias a la solidaridad de otros pueblos, como Ronda, que la harán posible.
   No olvidemos que somos lo que somos y como somos gracias a nuestra cultura y no debemos renunciar a ella.
   Un saludo.