miércoles, 30 de septiembre de 2015

Para tí...

   Un abrazo no soluciona un problema. Pero cuando las palabras no sirven, cuando un "lo siento" suena a cumplido, entonces, ahí, el abrazo reconforta, aún a distancia, porque sientes que el dolor, la rabia son compartidos, al igual que en otros momentos compartimos risas. La impotencia de no poder solucionar nada, la injusticia de quienes se creen superiores por tener tal cargo y juegan con el futuro de las personas, sin valorar su esfuerzo. Todo lo que siento en este momento no se expresa con palabras, por eso te abrazo fuerte, con un abrazo rompecostillas, de los míos, de los que, atravesando océanos, siempre llegan.
                            

viernes, 25 de septiembre de 2015

Ente (III)

   Aitor entró en casa con una sensación de fracaso y sin mediar palabra con nadie, se encerró en su habitación. Miró el ordenador, pero no se atrevía a conectarlo. Así estuvo un rato, hasta que por fín lo encendió.
   La pantalla se iluminó y Aitor comenzó a leer:
   - Has cometido un fallo cuando ya estabas a punto de salir del laberinto. Tendrás una penalización de 500 puntos. Te doy una última oportunidad de salir, si fallas jamás recuperarás tu vida, tu mente me pertenecerá para siempre. Pero ahora la prueba será más difícil. Volverás a la parada de autobús y matarás a la chica. A las ocho de la tarde está todos los días. Después irás a la boca del metro, bajarás las escaleras y serás libre.
   Al día siguiente, Aitor buscó en la cocina algún cuchillo u objeto punzante. Se decidió por una navaja, era pequeña, ocupaba poco espacio y estaba bien afilada.
   A las ocho estaba junto a la parada, al otro lado del semáforo vió a la chica ciega esperando el sonido que advertía que el semáforo estaba verde. Comenzó a sonar y ella cruzó ayudada por su bastón. Llegó a la parada e hizo intento de sentarse. Aitor miraba con ojos inexpresivos, fríos. No dió tiempo a que ella se sentara, se abalanzó y hundió la afilada navaja de lleno en el corazón.
   Tiró la navaja al suelo, como si quemara. Esta vez no sintió satisfacción alguna con la "prueba negra". Como si despertara de una pesadilla, Aitor descubrió la realidad y se miró la mano cubierta de sangre.
   Un coche que circulaba en ese momento junto al lugar de los hechos, se detuvo. El conductor salió rápidamente y redujo a Aitor, que estaba desorientado. Resultó ser un policía que estaba fuera de servicio y que casualmente pasaba por allí.
   Aitor fué a la cárcel. El policía fué condecorado. Se llamaba Enrique Teruel y aunque pertenecía a la brigada científica, no era la primera vez que se había enfrentado a delincuentes en la calle. Su trabajo era más bien de oficina, era un experto informático. A sus compañeros les decía que estaba creando un juego y que cuando lo perfeccionara se haría famoso.

   Enrique entró en su casa satisfecho. Dejó las llaves sobre la mesa y fué derecho al ordenador.
   JUEGO DE ENRIQUE TERUEL "ENTE" - era lo primero que podía leerse.
   Luego escribió con el teclado:
Asesino 23  Aitor.......Víctima  Sara
   - Cuando llegue a 25 pondré un premio especial-dijo en voz alta-
   Encendió un cigarrillo y puso música clásica, luego se sentó en su sillón favorito y desde allí contempló sus condecoraciones, que tenía enfrente, una sonrisa malévola brotó en su rostro. Cerró los ojos y se adentró en aquella música que le envolvía casi hasta el éxtasis.

   Rober caminaba deprisa hacia su casa. El cielo estaba cubierto y amenazaba lluvia. El viento soplaba y formaba remolinos con las hojas caídas de los árboles, era otoño, al fín refrescaba, después de un caluroso verano. La calle estaba más desierta de lo normal, sólo se escuchaba el soplar del viento..., y unos pasos. Rober miró detrás pero no vió a nadie. Caminó más deprisa cuando empezó a llover y los pasos sonaban ahora más rápidos...
  

domingo, 20 de septiembre de 2015

Ente (II)

   Ya de regreso, Aitor hizo el mismo recorrido que el dia anterior. Salvo que tuviera que ir a algún sitio, generalmente siempre volvía a casa por el mismo camino.
   Miraba a todos lados por ver si alguien le seguía. Pero no escuchó pasos ni vió a nadie. Casi llegando a casa oyó unas pisadas cada vez más cerca. Aitor se detuvo como para encender un cigarrillo. Un hombre pasó por su lado adelantándole, su paso era ligero, como si llevara prisa. Pronto desapareció de su vista tras doblar una esquina.
   Llegó a su casa y no pudo pasar de largo sin mirar las huellas del jardín, que seguían ahí, profundas, pero trató de no darles importancia y no obsesionarse más.
   Se preparó la merienda y encendió el ordenador, como ya era costumbre. De nuevo apareció en la pantalla una invitación al juego del laberinto. Aitor lo cerró, pero al rato volvió a ocupar la pantalla con sus luces intermitentes. Lo cerró una y otra vez, hasta que, harto y también movido por la curiosidad, pinchó en el play.
   "Acabas de entrar en mi juego. Mi nombre es Ente y a partir de ahora tu vida está en mis manos. Solo la recuperarás si logras salir del laberinto, para lo cual deberás superar varias pruebas. Habrá pruebas de color blanco o negro, dependiendo del tipo de prueba. El blanco estará relacionado con el bien y el negro con el mal. Ahora tu mente me pertenece. ¡Suerte!".
   Aitor pulsó "Continuar" y entonces apareció "su" laberinto. El recorrido era el que hacía todos los días desde la salida del metro hasta su casa. Aparecían todos los comercios, viviendas y lugares por donde transitaba a diario.
   Para salir del laberinto debía hacer el trayecto a la inversa, es decir, desde su casa hasta la boca del metro.
   La primera prueba era blanca. Debía sacar a pasear al perro de la vecina que se encontraba en la cama con fiebre a causa de la gripe.
   Aitor se rió, no haría eso ni ninguna otra cosa. Cerró el ordenador.
   - Vaya juego tonto-masculló-.
   Salió al jardín y se sentó a leer en una hamaca. Su madre volvía de casa de la vecina.
    - Montse está con fiebre. No puede moverse de la cama. Le prepararé un caldo.
   Aitor levantó la mirada por encima del libro pero no dijo nada.
   Al rato, su madre salió apresurada con un pequeño puchero entre las manos. Aitor se levantó y echó a correr tras ella.
   - Espera, te acompaño.
   Su madre le miró extrañada pero le sonrió. Abrió la puerta con la llave que le dió Montse y fué derecha a la habitación con el caldo.
   Aitor se rezagó y buscó por la casa a Choco, el perro de Montse, que ni siquiera les había ladrado al entrar. Estaba tumbado en una alfombra y al acercarse Aitor comenzó a mover el rabo. Le acarició la cabeza. El perro le miraba como queriéndole decir algo, casi suplicando.
   Aitor fué entonces a la habitación de la vecina y se ofreció a sacar al perro a la calle mientras Montse estuviera enferma.
   - Gracias, es un detalle de tu parte.
   Aitor puso la correa a Choco y lo sacó de paseo.
   A partir de ese día Aitor se mostró diferente. Parecía haberle cambiado el carácter, se volvió introvertido, pasaba más tiempo en su habitación junto al ordenador.
   - ¡Ente!
   -¿Quién es Ente?, dijo su madre que justo pasaba por delante de la puerta de su cuarto.
   - Ehhh...Vicente, un amigo. Ente es un diminutivo.

   La siguiente prueba también era blanca. Aitor debía ayudar al frutero a repartir la fruta a domicilio. Su hijo se había roto una pierna al caerse de la moto y no podía conducir. Aitor fué a la frutería a comprar un kilo de manzanas y se ofreció de repartidor.
   - Gracias Aitor, te daré una buena propina.
   - No, gracias, señor Paco, no se preocupe, lo haré gratis.
   Cargó las cajas en la furgoneta y se fué a repartir.
   Paco, el frutero, le miró extrañado, nadie rechaza una propina, ni se ofrece a trabajar gratis.
  
   La tercera prueba era negra. Debía romper el cristal de la farmacia y robar algo del escaparate. Aitor comenzó a sudar, nunca había hecho nada parecido y pensó que no sería capaz.
   Esperó a que cerraran, y cuando empezó a anochecer, Aitor tomó una enorme piedra que estampó contra el cristal de la farmacia. Saltó la alarma. Aitor cogió una caja de pastillas del escaparate roto y salió corriendo. Sintió la adrenalina recorriendo su cuerpo hasta llegar a la cabeza.
   A partir de ahí, prefirió las pruebas negras, esa sensación de conseguir escapar, ese vértigo del riesgo. El mal se imponía sobre el bien para Aitor.
   Así continuó intercalando pruebas de color blanco y negro.
   Casi al final del recorrido del laberinto, le salió otra prueba negra. Debía robar el bolso a una chica que todos los días espera el autobus a la misma hora en la parada que está al lado del metro.
   Aitor miró desde lejos. Eran las ocho de la tarde. Una joven permanecía sentada en el banco de la marquesina de la parada del autobús 70, justo al lado del metro. Se acercó con decisión, la prueba era fácil, un simple tirón y ya estaba. La chica llevaba en la mano derecha un bastón, eso contrarió a Aitor, era ciega. Cuando ya se encontraba junto a ella, Aitor vaciló, hizo un intento de robarle el bolso, pero no pudo..., luego apareció una mujer que se sentó junto a la chica invidente.
   Aitor regresó a casa cabizbajo.

  

viernes, 18 de septiembre de 2015

Ente

   Caminaba deprisa por la calle, soplaba el viento y amenazaba lluvia. Su casa aún quedaba lejos, aceleró el paso cuando vió el primer relámpago. Casi al mismo tiempo rompió a llover. Sintió unos pasos tras él, se volvió pero no vió a nadie. Echó a correr, la lluvia mojaba toda su ropa. Volvió a escuchar los pasos, ahora más deprisa, como si alguien corriera queriendo alcanzarle. Aitor se detuvo en seco. Se dió la vuelta para ver quien era. El agua resbalaba por su cara y calaba todo su cuerpo. Pero la calle estaba desierta. Caminó entonces de espaldas intentando ver si había alguien escondido por algún lado. Mal dia para andar con juegos, pensó. Se dió la vuelta y siguió corriendo hasta llegar a su casa. Atravesó el jardín hundiendo sus pies en el barro y al fin llegó a la puerta. Ya dentro de casa, Aitor se cambió de ropa, se preparó un sandwich, abrió una cerveza y se encerró en su habitación junto al ordenador. Se pasaba horas mirando páginas de aviación, estudiaba para piloto, y chateaba con compañeros y amigos con su misma pasión. Un trueno hizo temblar el cristal de la ventana. Aitor se levantó para bajar la persiana, después volvió a sentarse frente al ordenador. En la pantalla, una especie de laberinto le invitaba a jugar, las luces parpadeaban, lo que molestó a Aitor, que cerró de inmediato el juego. Estaba cansado, apagó el ordenador y se fué a dormir.
   Al día siguiente amaneció con un sol radiante, como si la tormenta hubiera sido un sueño. Después de desayunar, Aitor salió apresuradamente de casa, atravesó el jardín, aún seguían las huellas de sus zapatos. Retrocedió y volvió a mirar esas marcas en el barro. Luego pisó al lado y comparó las huellas. El dibujo de ambas era diferente, y las primeras eran más profundas, como si alguien hubiera pisado sobre sus huellas. Ahora ya estaba seguro de que alguien le había seguido. Se alejó meditabundo.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Tengo tanto...

  Tengo
tu sonrisa,
limpia, pícara
y dulce.
  Tus ojos
de mirada
triste...
  La complicidad
que anhelaba,
ese hilo invisible
que une distancias.
  Tengo la fé
que nunca perdí,
y la esperanza
de un encuentro.
  Tengo tanto...
  Y aún extraño
sumergirme
en tus poemas,
en tus mil historias
que hacía mias,
en cada oscura
noche de soledad,
en la que resurgías
con tus cuentos,
cuando al límite
de la tristeza,
aparecía al fín
la inspiración.

martes, 8 de septiembre de 2015

Matrioska




En la vieja Rusia
vivía un fabricante de muñecas.
Las hacía de madera.
Las pintaba de colores
y les ponía grandes ojos
y caras sonrientes.
Un poco pícaras.
Un poco gruesas.
Un poco alegres.

El fabricante acudía a la iglesia
todos los domingos.
Luego, iba al bosque
para buscar madera.
La quería vieja y fuerte.
Madera de las raíces
de árboles centenarios.
A veces,
buscaba durante horas
sin encontrar nada.

Un día frío de invierno
el maestro encontró
un trozo de madera estupendo.
Pesado, seco y muy viejo.
《¡Oh! -pensó-, de aquí
tallaré mi mejor muñeca.》
Abrazó la madera
como si fuera un bebé
y la colocó sobre el trineo.
Luego,
se deslizó por la gruesa nieve
hasta su casa.

De aquella madera
el maestro talló una muñeca
realmente hermosa.
Era tan bella
que no quiso venderla.
La puso en la mesilla de noche,
junto a la cama,
y por las mañanas le preguntaba :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
Le había puesto Matrioska
porque se parecía a madrecita.

Los niños del pueblo
pronto conocieron a la muñeca.
Con las narices
pegadas a la ventana, 
admiraban a la hermosa muñeca.
Aquello hacía reir al maestro
delante de su mesa de trabajo.
Se fijaba en sus curiosos rostros
y pintaba las caras
de las muñecas.
Al final,
las muñecas eran iguales
que los niños del pueblo.
Y los niños del pueblo,
iguales que las muñecas.

Así pasó mucho tiempo.
Todas las mañanas
el maestro preguntaba :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
Y la muñeca sonreía en silencio.

Pero una mañana
la muñeca contestó :
- No muy bien
-dijo en voz baja-.
¡Me gustaría tener un bebé!
El maestro se quedó
con la boca abierta.
Contempló a la muñeca,
pero ésta no dijo nada más.

《Ayer bebí demasiado vodka》,
pensó.
Y corrió a la cocina
a hacerse un café.
En todo el día
no se atrevió a decir nada más.
De vez en cuando,
echaba una mirada a la muñeca
y se preguntaba :
《¿De verdad puede hablar?》.
Pero tenía miedo de preguntarle
de nuevo.

Al día siguiente,
el maestro lo había olvidado todo.
Cuando se levantó,
le preguntó otra vez :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
- Mal -contestó la muñeca-.
Estoy muy sola.
Ya te lo dije ayer :
quiero tener un bebé.
El maestro se sentó,
muy derecho,
en su cama.
Aspiró hondo.
No quedaba ninguna duda.
La muñeca de madera podía hablar.
Para estar aún más seguro,
se pellizcó dos veces la nariz.
No estaba soñando.
Estaba muy despierto.
Hizo de tripas corazón
y preguntó :
-¿Qué has dicho?
- Quiero tener un bebé
-la muñeca repitió su deseo
y suspiró profundamente-.
¡Estoy tan sola...!
¿Qué debía hacer el maestro?
Nunca había tallado
un bebé para una muñeca.
- Bueno -dijo,
tras pensarlo brevemente-.
Lo intentaré.
- ¡Gracias! -dijo la muñeca.
- De nada -contestó el maestro.
- Me gustaría una niña.
- Tendrás una niña.

El maestro fué al almacén.
Allí
encontró un trozo de madera.
Era de la misma madera
de la que había tallado
a Matrioska.
Lo llevó a su taller
y comenzó a trabajar.
Por la tarde
la pequeña muñeca estaba acabada.
Era igual que Matrioska.
Como si fueran madre e hija.
El maestro enseñó la muñeca
a Matrioska
y le preguntó :
- Qué, ¿te gusta tu bebé?
Tú te llamas Matrioska;
a tu hija le pondré Trioska.
Le he quitado a tu nombre
la primera sílaba,
porque tu hija es más pequeña
que tú.
-¡Oh! -se alegró Matrioska-.
La encuentro preciosa
-y le dió un beso.
- ¿Estás ya contenta?
- Si, maestro.
Pero mi hija tiene que estar
en mi barriga.
_¿Cómo?
- Mi hija tiene que estar
en mi barriga.
- Pe... pe... pero no... no puede ser
- tartamudeó el maestro.
-¿Por qué no?
Es mi hija.
- Bien -dijo el maestro-.
Pero te dolerá.
- No importa
-contestó la muñeca-.
Siempre duele un poco
ser mamá de verdad.

El maestro no sabía
qué hacer.
Finalmente
cogió su sierra
y cortó a Matrioska
en dos pedazos.
La vació totalmente.
Luego, metió a Trioska
y volvió a enroscar a Matrioska.
- ¿Cómo te sientes ahora?
-preguntó el maestro.
-¡Oh, soy muy feliz!
-dijo Matrioska-.
Tengo a mi hija en la barriga
-y se rió con gusto.

A la mañana siguiente
el maestro volvió a preguntar :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
- ¡Ay! -contestó Matrioska-.
Yo soy muy feliz.
Pero mi niña se ha movido
durante toda la noche.
Quizá necesite algo.
- Vamos a ver
-dijo el maestro.
Desenroscó a Matrioska
y cogió a su hija Trioska.
La miró por todos lados
y dijo :
- ¡Mmmm! Todo está en orden.
Tiene manos, pies,
ojos, orejas.
Tiene una nariz
y una boca.
Tiene de todo.
Y muy bien hecho.
No sé qué puede faltarle.
- Me falta un bebé
-dijo de repente la pequeña muñeca
con voz fina.
Al maestro
sólo le faltaba aquello.
- ¿Qué dices?
 - Me falta un bebé.
Un bebé pequeñito.
- ¡No!
- ¡Si!
El maestro no podía creerlo.
- No puede ser -dijo.
Y se pellizcó tres veces la nariz.
Sólo para comprobar
que no dormía.
- De verdad,
quiero tener un bebé
-volvió a oir la voz de Trioska.
- Pero... pero... pe... peeerooo...
-tartamudeó el maestro-.
¡Qué va a decir tu madre?
- Se alegrará
-contestó Trioska-.
Será la abuela de mi hijo.
Le contará cuentos...
Por favor, por favor,
tállame un bebé.
Uno pequeñito.
¡Por favor, por favor!
¿Qué debía hacer el pobre maestro?
Nunca hasta entonces
había hecho un bebé
para el bebé de una muñeca.
Pero
la pequeña Trioska insistía tanto,
que al final dijo :
- Bueno, si tanto lo deseas.
¿Quieres un niño o una niña?
- Una niña.
El maestro volvió al almacén.
Allí
encontró un trozo de madera
aún más pequeño.
Era el resto de la misma madera
con la que había hecho
a Matrioska y a Trioska.
Lo cogió
y empezó a trabajar.
Por la tarde
la nueva muñeca
estaba hecha.
Era igual que Matrioska
y su hija Trioska.
Se veía
que eran de la misma familia.
- ¡Te llamarás Oska!
-dijo el maestro-.
Casi como tu madre.
Sólo que he quitado
la primera sílaba,
porque tú aún eres más pequeña.
¿Estás ya contenta?
-le dijo a Trioska.
- Sí
-contestó Trioska radiante-,
pero la niña tiene que estar
en mi barriga.
- No -balbuceó el maestro-.
¡Eso si que no!
- ¡Si!
- Te dolerá.
- No importa.
Es mi hija
-dijo la muñeca-.
Siempre duele un poco
ser mamá de verdad.
El maestro suspiró
y cogió su sierra.
Cortó a Trioska en dos
y la vació.
Luego, metió a Oska dentro.
Y volvió a enroscar a Trioska.
Después, metió a Trioska
en Matrioska
y la enroscó.
Luego, preguntó :
- ¿Estáis todas contentas?
- Si -contestó Matrioska.
- ¡Sííí! -se oyó la voz de Trioska
a través de la barriga de su madre.
- ¡No! ¡No! ¡No!
-sonó la voz de Oska
a través de la barriga de Trioska-.
Yo también quiero tener un bebé.
¿Por qué yo no tengo ningún bebé
en mi barriga?
- ¡No puede ser!
-fué lo único
que pudo contestar el maestro.
- ¿Por qué no?
¿Por qué no?
¡Yo también quiero tener un bebé!
- Peeero... perooo
- ¿Qué pero, qué pero?
¡Yo también quiero tener un bebé!
¿Qué debía hacer
el pobre fabricante de muñecas?
Jamás hasta entonces
había tallado un bebé
para el bebé
del bebé de una muñeca.
《A quien quiera que se lo cuente
-pensó-, no me creerá.》
Pero Oska insistió tanto
que no le quedó más remedio
que convertir su deseo en realidad.
Entre suspiros
desenroscó a todas las muñecas.
Luego, hizo un bebé
muy, muy pequeño.
Como un dedal.
Era igual que su madre Oska.
Como su abuela Trioska
y su bisabuela Matrioska.
Pero el maestro cogió un pincel
y le pintó un enorme bigote.
- Eres el hijo de Oska
-le dijo sonriendo-.
Y como aún quedan dos letras,
te llamarás Ka.
Eres un hombre.
No podrás tener ningún bebé
en tu barriga.
¿Me has entendido?
- Sííí!
-chilló el muñeco con placer-.
Soy un hombre.
- Exacto.
Por eso llevas bigote.
- Exacto.
- Mírate en el espejo,
para que veas tu bigote
y luego no vayas gritando
que quieres tener un bebé.
El maestro cogió al pequeño Ka
y lo mantuvo durante un rato
frente al espejo.
 Luego,
vació la barriga de Oska
y metió a su hijo Ka dentro.
Introdujo a Oska en Trioska.
Y a Trioska en Matrioska
y rió contento.
Desde entonces
la familia de muñecos vive feliz.

Dimiter Inkiow

sábado, 5 de septiembre de 2015

jueves, 3 de septiembre de 2015

Búscame(III)

   Néstor entró al avión lentamente, ayudado por dos muletas. Una escayola cubría su pierna izquierda, que previamente había sido recubierta por varias bolsas de cocaína. Se acomodó en su asiento de primera clase ayudado por una azafata. Había logrado pasar todos los controles en el aeropuerto de Bogotá sin levantar ninguna sospecha. Pero sabía que el peligro estaba en Madrid, donde los controles eran más férreos, sobre todo con los vuelos procedentes de Colombia.
   No tenía miedo. Prefería pasar el resto de su vida en una prisión española que vivir como lo había hecho los últimos tres años.
   Pasó casi todo el viaje durmiendo, estaba tranquilo, aunque sabía que, casi seguro, en Barajas los perros policía detectarían la cocaína del interior de su escayola.
  
   El cielo de Madrid era de un azul turquesa, era raro, estaba limpio de contaminación ese día, y el avión comenzó a descender rumbo a la pista de aterrizaje.
   Una vez en tierra, Néstor desabrochó su cinturón y, ayudado de nuevo por la azafata, se apoyó en sus muletas y atravesó el túnel que le llevaría a la terminal del aeropuerto.
   No le temblaba un solo músculo al pasar por los controles. No levantó sospechas, por el contrario, todo fueron facilidades y ayudas. No corrieron la misma suerte dos pasajeros de su mismo vuelo, que fueron apartados, cacheados, y posteriormente conducidos esposados a un furgón de la policía.
   Néstor se vió fuera..., no podía creerlo, estaba en Madrid y libre. Durante el viaje se fué mentalizando de que pasaría mucho tiempo en la cárcel, y ahora estaba desconcertado, aunque feliz. Faltaba el último paso, entregar la droga al traficante que debía estar esperándole en el aparcamiento.
   Un taxista, al verle salir le abrió la puerta de su taxi y quiso ayudarle a subir cargando la bolsa que llevaba en bandolera como único equipaje.
   - Gracias. Pero vienen a recogerme - dijo Néstor amablemente -.
   Un coche con las lunas tintadas se aproximó. La puerta de atrás se abrió y Néstor procedió a entrar.
   En el interior, dos hombres le aguardaban. Sin mediar palabra, el conductor aceleró el coche rumbo a la A-2. Néstor le contemplaba a través del espejo retrovisor, sus miradas se cruzaban pero ninguno hablaba. El otro hombre iba sentado a su lado, algo sobresalía bajo su chaqueta, Néstor intuyó que era una pistola, intentó mantener la calma, sabía que estaba en sus manos y que cualquier movimiento podría ser fatal.
   Pasaron la Alameda de Osuna,  después Canillejas, el coche continuó por la Avenida de América hasta tomar el desvío al Parque Conde de Orgaz, era una zona muy exclusiva de chalets donde Néstor no había estado nunca.
   El coche atravesó una gran puerta de hierro que se abrió automáticamente. Al fondo, entre amplios jardines se vislumbraba una mansión blanca. El conductor detuvo el automóvil en la puerta principal. El hombre de atrás hizo un ademán dejando ver su pistola y salió del coche. Abrió la puerta a Néstor y le ayudó a salir.
   Dentro de la casa esperaba otro hombre que, como los otros dos, sin mediar palabra, se llevó a Néstor a una habitación. En su interior había una camilla, donde el hombre tumbó bruscamente a Néstor. Con cuidado - no por hacer daño a Néstor, sino por no romper las bolsas de droga - cortó la escayola, quitó con cuidado la tela impregnada en azufre y amoniaco, para despistar el olfato de los perros, y sacó una a una las diez bolsas de cocaína. Después sacó un sobre del interior de un cajón del escritorio y se lo dió a Néstor, acompañándole de nuevo a la puerta de salida.
   El conductor volvió a abrirle la puerta, y una vez dentro le preguntó dónde quería ir.
   - A la Puerta del Ángel, por favor.
   El automóvil atravesó Madrid de Este a Oeste hasta llegar al antiguo domicilio de Néstor. El coche dió un frenazo brusco. El hombre volvió su cara hacia el asiento trasero.
   - Y recuerda, nunca me has visto, ni a mí ni a mis colegas - dijo volviendo a dejar entrever la pistola -.
   Néstor bajó del coche, que al instante desapareció.
   Se sentía muy cansado, el dengue le había dejado secuelas importantes, quería descansar, por fín en casa. Pero tenía miedo de volver, después de tanto tiempo, y de la manera que se fué, sin decir nada.
   No se atrevía a llamar al portero automático, prefirió esperar que llegara algún vecino que le abriera la puerta.
   Al rato se acercaron dos niños a los que no conocía, y tocaron un timbre. La puerta se abrió, y Néstor entró con ellos. Subió por la escalera hasta el tercer piso, respiró profundo y llamó a la puerta marcada con la letra A. Sintió que estaba mucho más nervioso incluso que ante los matones colombianos. No sabía que explicación dar a sus padres, ni cómo le recibirían.
   Una mujer joven abrió la puerta.
   - ¿Quién eres? - dijo Néstor-.
   La dueña de la casa, ¿qué quieres?.
   Yo soy el hijo de los propietarios, ¿te alquilaron la casa?.
   No, no, yo soy la propietaria. Compré la casa hace un año.
   Néstor estaba desconcertado, tenía miedo de preguntar.
   - ¿Sabes algo de los antiguos propietarios?.¿Dónde fueron?.
   Compré el piso a un hombre mayor, al parecer su mujer falleció y él prefirió irse a una casa más pequeña, pero no sé dónde. Lo siento...
   Néstor bajó las escaleras con el rostro cubierto de lágrimas. Ya en la calle, se sentó en un banco, nunca encontraría consuelo, nunca se perdonaría el haberse ido de esa manera.
   Sintió como algo húmedo mojaba su mano. Miró a su derecha y vió un perro lamiéndole, su imagen era borrosa, Néstor se secó las lágrimas con la otra mano.
   - ¿Sasha?... ¡Sasha!.
   Néstor abrazó al perro como si fuera lo único que tenía en el mundo. Y realmente así era.
   Caminaron juntos por el Paseo de Extremadura, bajo el viaducto, hasta llegar a la catedral de la Almudena. Cuantas veces había hecho ese mismo recorrido, el Palacio Real...le pareció aún más hermoso, y los jardines, su olor, era como volver a la infancia. Pasó por la puerta del Senado y llegó a la Plaza de España. Estaba exhausto, aquel paseo que siempre hizo sin dificultad, ahora le dejaba sin aliento. Se sentó en un banco a la sombra. Sasha siempre a su lado. Tenía hambre, pero prefirió descansar un poco antes de comer. Llevaba el sobre del dinero en el bolsillo, ni siquiera lo había contado, al menos le ayudaría a sobrevivir durante un tiempo.
   Con los ojos entreabiertos, Néstor vió a lo lejos una estatua, era Don Quijote, a caballo, y al lado Sancho. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Recordó la estatua, y el sueño como si fuera reciente. 



   Estaba inmóvil, como otra estatua más de la plaza. Sintió una presencia, pero no podía moverse, ni siquiera podía volver la cara. Una mujer rubia se colocó ante él.
   - Me buscaste sin descanso por medio mundo, y dos veces estuviste a punto de encontrarme. Ahora soy yo quien te busca a tí.
   La mujer llevaba una capa, por la que asomaba lo que parecía ser una guadaña. Ella se acercó a Néstor y al roce de sus mejillas, el volvió a sentir aquella misma sensación placentera.
   La mujer se alejó. Junto a Néstor quedó Shasa, aullando...